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Tres soldados que regresaban a sus casas terminada la guerra, se pusieron a descansar en medio del bosque.
Sólo atinaron a echarse a dormir, conviniendo en hacer turno para la guardia, a fin de defenderse de las fieras que poblaban aquel paraje. Dos se echaron a dormir y uno montó guardia, encendiendo una hoguera. A poco rato, apareció un enano, que preguntó al soldado quién era.

- Un viejo soldado hambriento, con dos compañeros que no tienen nada para vivir.
El enano le entregó una capa, diciendo que cuando se la pusiese, se realizaría lo que desease, dicho lo cual desapareció.

Cuando hizo guardia el segundo soldado, volvió a aparecer el buen enano, y como fue tratado cordialmente por el guerrero, le obsequió una bolsa, la cual, segundo dijo, siempre estaría llena de monedas de oro.
Al tercer soldado, cuando le tocó el turno de la guardia, el enano le regaló un cuerno maravilloso, que tenía la virtud de atraer a las multitudes cuando se le tocaba.

A la mañana siguiente, cada soldado contó a los demás su historia con el enano y enseñó su obsequió, comprometiéndose a viajar juntos por el mundo, usando solamente la bolsa mágica. Así pasaron felices un tiempo, gastando en cuanto querían, hasta que se cansaron de esa vida y decidieron buscarse un hogar. El primer soldado se puso la capa maravillosa y deseó tener un lujoso castillo, y al instante apareció éste ante sus ojos. Todo fue bien durante algún tiempo, hasta que un día, se pusieron sus mejores trajes y partieron a visitar un rey vecino. El rey tomó a los visitantes por príncipes, y con mucha gentileza los presentó a su única hija.

Un día, cuando el segundo soldado paseaba con la princesa, ésta sintió curiosidad por la bolsa que llevaba y le preguntó qué era. El hombre cometió la imprudencia de decírselo, lo cual despertó la ambición de la princesa y ésta, de inmediato, hizo confeccionar una bolsa igual que la del soldado. Luego, le dio de beber un vino con una sustancia somnífera. Entonces, la princesa le quitó la bolsa mágica y puso en su lugar la otra.
A la mañana siguiente, cuando los soldados necesitaron dinero, acudieron a la bolsa, comprobando, con asombro, que el oro no aparecía. El soldado agraviado recordó lo sucedido con la princesa y sospechó que ésta lo había engañado.

- ¡Estamos en la mayor miseria! – exclamó –. ¿Qué haremos ahora?

El soldado de la capa maravillosa se la puso y deseó encontrarse, de inmediato, en la cámara de la princesa.
Encontró a ésta contando el oro que extraía de la bolsa; la contempló largo rato, y cuando la joven levantó la vista y vio al intruso, comenzó a gritar: “¡Ladrones! ¡Ladrones!”, con lo cual acudió toda la corte y trataron de apresar al soldado.

Este sólo pensó en escapar, y olvidándose de las virtudes de su capa, corrió a la ventana y saltó al jardín. Pero la capa quedó enganchada y colgando, con enorme alegría de la princesa, que conocía su poder.
El soldado fue a contar a sus compañeros su desgracia más, el tercer soldado comenzó a tocar su cuerno, viéndose venir una numerosa tropa de jinetes e infantes. Los soldados se dirigieron a palacio, al cual sitiaron, conminando al rey que entregase la capa y la bolsa. El rey, entonces, se dirigió a la cámara de su hija y celebraron una conferencia. La princesa concibió un astuto plan: se vestiría de pobre, con una cesta al brazo, y penetraría por la noche en el campo enemigo, acompañada de su doncella.

Por la mañana, la disfrazada princesa comenzó a recorrer el campamento entonando unas canciones tan bellas que ningún soldado quedó en sus tiendas, pues todos acudieron a escucharla. Apenas vio la princesa al soldado del cuerno, hizo una seña a su criada, quien penetró sigilosamente en la carpa del soldado y robó el cuerno mágico. Hecho esto regresaron a palacio sanas y salvas, y como los tres maravillosos dones estaban en poder de la princesa, el ejército sitiador empezó a retirarse.

Al verse nuevamente desvalidos, los tres amigos decidieron separarse. Uno de ellos se dirigió a la derecha, y los dos, hacia la izquierda, pues prefirieron viajar acompañados. El primer soldado se detuvo en el mismo bosque donde había recibido la visita del enano, y se echó a dormir.

Al despertar, vio el árbol que estaba cargado con hermosas y apetecibles manzanas, y como tenía hambre, comió una después otra, luego otra. Sintió una extraña sensación en la nariz; se la palpó y se dio cuenta que apéndice nasal iba creciendo hasta llegar al pecho; luego, siguió alargándose sin cesar. Ya la nariz se arrastraba por el suelo, al extremo de impedir que el soldado se pusiese en pie. Siguió la nariz arrastrándose por todo el bosque, como una interminable serpiente.

Mientras, los otros dos compañeros seguían su camino, hasta que uno de ellos tropezó con algo, que casi le hace caer. Miraron el suelo y vieron algo como rosada serpiente que reptaba. Como se dieron cuenta que era un nariz larguísima, decidieron dar con su dueño, a quien encontraron al pie del manzano. Quisieron llevar a cuestas al atribulado compañero, pero sus fuerzas no se lo permitieron, y cuando ya se resignaban, recibieron la vista del enano.

- ¡Qué naricita tan chica! – dijo en tono de mofa–. Pero no se aflijan, yo encontraré el remedio.

Y llevándoles hasta un peral, les indicó que comiendo una pera volvería la nariz a su tamaño normal. Los soldados dieron una pera a su compañero y el milagro se realizó de inmediato, con gran alegría del mortificado paciente.

Los soldados, entonces, cogieron unas manzanas y varias peras, y se dirigieron al palacio de la princesa. Ya cerca, el soldado que sufrió el crecimiento de la nariz, se disfrazó de frutero, y frente a las habitaciones de la princesa comenzó a vocear sus hermosas manzanas. No tardó la princesa en enviar a su doncella para comprarle toda la cesta, y cuando vio las manzanas, se comió tres de seguido. A poco, se dio cuenta que su nariz le iba creciendo, hasta arrastrarse por el piso, deslizarse por la ventana y perderse por el jardín.
Tal fue la desesperación de la princesa, que su padre, el rey, prometió un gran premio a quien lograse curar a su hija.

Entonces, el soldado se disfrazó de doctor y se presentó diciendo que él podía curar a la joven. Le dio un pedacito de pera y, al día siguiente, la nariz de la princesa disminuyó de longitud, hasta recobrar su tamaño normal. La princesa y el rey, entusiasmados por la cura, ofrecieron al doctor darle cuanto pidiera por su éxito. Entonces, el doctor dijo que la nariz podía volver a crecer sin poder ya disminuirla, si es que la joven no devolvía las cosas que había robado a unos jóvenes.

- Hija – dijo resuelto el rey – devuelve lo que retienes ilícitamente.

La bella joven, no queriendo volverse a ver desfigurada, entregó al doctor la capa, la bolsa y el cuerno, rogándoles que los pusiese en manos de sus legítimos dueños.

Reunido con sus compañeros, el soldado se puso la capa y deseó un esplendido palacio, en el cual vivieron los tres con sus esposas, que eligieron entre las más bellas damas de la corte del rey. No les faltó el dinero, pues poseían el bolso maravilloso.
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