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Picotín había quedado huérfano desde muy tierna edad, y se ganaba la vida ayudando a llevar paquetes a encopetadas señoras; otra veces, vendiendo periódicos y, en otras, lustrando los zapatos de los transeúntes.

Pero, un día, en que llovía mucho y en que no tuvo clientes, sintió un hambre terrible. Iba de restaurante en restaurante, resignándose a mirar los sabrosos manjares que se exhibían en las vitrinas.
En eso, paró una carroza delante de él. Un simpático y elegante señor asomó la cabeza y dijo al muchacho:
- Sube, Picotín, que te llevaré a comer a mi casa.
- ¿Quién le ha dicho a usted mi nombre, y que tengo hambre? – le preguntó el niño, cuando subió.
- Yo tengo el poder de saberlo todo y de comprender todo lo que escucho, aunque sea de los animales – contestó el hombre.
Como Picotín estaba muerto de hambre, comió en casa hasta saciarse. Y como la mesa era buena y el señor amable, decidió quedarse, sirviéndole de camarero.
Picotín estaba interesado en descubrir los secretos que guardaba su amo. Un día vio que, antes de ir a comer, cogió una bolita plateada de una caja que llevaba en el bolsillo, y se la trago, poniéndose alegre inmediatamente. Intrigado por ellos, el niño continuó espiando a su amo y comprobó que antes de ir a comer, siempre se tragaba la píldora, y que en seguida se ponía muy contento.
Un buen día, en que su amo se quedó dormido, le sacó la caja de bolsillo, cogió una pildorita y volvió la caja a su sitio. Fue al jardín y se tragó la píldora. Al momento, sintió un júbilo inmenso y deseos enormes a entender lo que decían los animales. Asombrado, retornó a casa; pero allí lo acusaron de haber robado una moneda de oro.
- ¡No es cierto! – dijo Picotín, sollozando.
Luego, cogió al pato y lo obligó a devolver la moneda que se había tragado. Después se la llevó a su dueño, quien, contento por haber hallado su moneda y de saber que Picotín era honrado, le dijo que, en adelante, sería tratado como hijo.
Pero Picotín le dijo que él prefería salir a recorrer el mundo, para lo cual le pidió algún dinero.
Concebido lo pedido, marchó Picotín carretera adelante. Caminaba pensativo, cuando escuchó exclamaciones de terror. Se detuvo y vio que las voces provenían de un entierro de hormigas, a las que su rey Hormigón les decía:
- ¡Cuidado! No vaya a aplastarnos este niño y acompañemos todos al difunto.
Oírlo las hormigas y cambiar todas de dirección, todo fue uno. Pero Picotín cuidó de no aplastar a las hormigas.
Al cruzar el río, oyó llorar a unos peces que estaban prisioneros dentro de una red. Picotín la abrió, libertó a los peces y éstos se marcharon muy contentos, dándoles a gritos las gracias. Al cruzar el bosque, oyó que cuervo decía a sus hijuelos:
- ¡Afuera, zánganos, a ganarse la vida!
Como los polluelos lloraban hambrientos, Picotín les llevó unos gusanitos para que saciaran su hambre. Luego, siguió su camino hasta que, sintiéndose cansado, se tumbó a la sombra de un árbol, en una de cuyas ramas se encontraba un cuervo que le habló así:
- En tu bota derecha está el rey de las hormigas; al mismo borde de la laguna, el príncipe de los peces, y yo soy un cuervo al que todos los demás siguen. Te casarás con una princesa, siempre que cumplas sus tres deseos, que son:
- “Traer una perla de lo más profundo del océano”.
- Eso lo haremos nosotros – dijeron, en coro, los peces.
- “Recoger todos los granos de trigo que hayan caído al madurar, en una hacienda de mi padre”.
- Eso lo haremos yo y los míos – dijo, desde lo alto de la bota, el rey de las hormigas.
- Esto me toca a mí – dijo el cuervo – Vete, ahora, a su palacio y prométele a la princesa que, en tres días, tendrá ella lo que exige.
Así lo hizo Picotín. Al día siguiente, fue a la playa y su amigo, el pez, le trajo la perla en la boca. Luego, vio cómo crecía el montón de trigo que formaba un ejército de hormigas. Después, llegó el cuervo trayendo en su pico la fruta maravillosa.
Y como la princesa, además de ser muy linda, era cumplidora, se casó con Picotín, y los dos fueron felices.

Fin.
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